Pues porque sí

¡Porque hay males que ya llevan milenios!

¡Porque son mejores cien pájaros volando!

¡Porque incluso en literatura, nada está escrito!

December 31, 2011

Patty & Alfonso

Amor, i ve told you no hot sauce for me, no picante please, gimme that salsa por favor, increparía y concluiría ella en pésimo español y en una situación anodina, a lo que él respondería Cuál salsa, déjame cocinar tranquilo, además es sólo un poquito, a little, añadiría él en un inglés aún peor.   
            Se conocieron una tarde cualquiera en que ella necesitaba alguien que pintara su casa de color mostaza y él no tenía mucho por hacer y le llegó la voz del pequeño trabajo. A sus 34 años de edad y siendo pescador toda su vida, Alfonso no solía hacer nada diferenciado al común de sus amigos: cervezas en el pueblo, los partidos, ver por mujeres y la tele. Poco se interesó siempre por conocer otras latitudes o siquiera preguntarse por su existencia. Patty, cuando tenía su edad, era enfermera de cuerpos de rescate y había viajado medio mundo.   Ahora, décadas después, en busca de algo de retiro y tranquilidad, ya jubilada y con su merecida renta, se instaló en un pueblito costero diminuto y lejano en un país extranjero, huyendo del frío. Como tantos otros que como ella se van a poblar tierras más benignas y económicas al cambio de su moneda, pero como tantos otros que viajando se enamoran y se quedan.
            Huyendo del frío ella y él de sí mismo se encontraron, realizaron sus pequeñas transacciones laborales y luego de algunos flirteos, unas invitaciones más comprometidas y de ver que las cosas marchaban bien, se juntaron. O es decir, Alfonso se le juntó a Patty en su casa. La madre que no tuvo, el hijo que no tuvo. El hijo malcriado y amante protector; la madre abundante, benefactora y permisiva.
            Seis meses viviendo juntos y ya se hacían comunes los Alfonso, can you please come here for a second and do the dishes as you said you would, y los No, no, espérate un momento mujer que me estoy acá terminando este seviche, yo lavo los platos más tarde; o los But you said that half an hour ago Alfonso, you are always doing the same, i think i am loosing my paciencia, y otros tantos Oye Patty, no te pongas pesada, no molestes que está temprano, mejor tráete una cervecita y te sientas acá al lado. A lo que Patty, esa tarde cualquiera y anodina, iría a la nevera y tomaría una cerveza que llevaría a Alfonso acompañada de un beso, ejecutando un movimiento que de repente la haría décadas más joven.
            Tras muchísimos años de trabajar entre diez y once meses al año ahora Patty tiene todo su tiempo libre. Todo el tiempo libre para disfrutar con Alfonso que ahora también tiene todo su tiempo libre. Día tras día la vida se les va yendo, haciéndose compañía, riéndose, discutiéndose, imaginándose. Se toma bien, se come bien, se fuma bien y ambos juntos ejecutan un extraño balance, no por ello inarmonioso.

El día de hoy, sin embargo, no es un día cualquiera. Han preparado todo desde la víspera: que la ropa para varios días, que acondicionar esa vieja van de Patty, que llevar agua de repuesto y que el dinero extra que es un gasto inesperado en su renta mensual. Se han levantado más temprano y no han tenido tiempo de darse ese gusto perezoso del sexo matutino que tanto bien les hace y del que Patty ha venido aferrando sus dichas perdidas de la juventud. Alfonso i dont want to repeat this again but please make sure we got everything we may need for the trip and for your papers cause i have this suspicion that something will miss, tú entender querido, concluirá ella enfática con pésimo español ahora previendo los costos de la gasolina y los viáticos en caso de tener que regresar semanas después a hacer la misma diligencia. No te preocupes mujer que ya todo está listo, everything is ready, y mejor, mira a ver si sí me empacaste la ropa interior, mys clothes, responderá él con espíritu infantil y en un aun peor inglés.
            Hoy toman el viejo carro y se van rumbo al Sur, no porque el sur pueda ofrecer algo que él añore sino porque la burocracia local está al sur, en una pequeña ciudad a horas a distancia. Alfonso se dispone a tramitar su pasaporte, su primer pasaporte, con la esperanza de luego —¿quién quita? ¿por qué no?— conseguir un visado especial en un consulado, mucho más al sur, y luego dejarse llevar por Patty a su tierra: esa tierra inimaginada del frío, en ese país gélido y próspero del Norte. 

December 27, 2011

Cosmopolitan


 Ser un turista multicultural —¿un qué?— y heterodoxo en su alteridad —¿guat?— asume el riesgo no sólo de tener que pasar veladas bebiendo cervezas alclimas acompañadas de músicas y conversaciones repetitivas, sino ante todo de tener que entrar en una politización —y por ende estetización— que valora más Barranquilla que Barcelona, más Neiva que Nueva York, o incluso más Filandia, Quindío por supuesto. De otro lado, la vanidad tiene formas complejas de representarse y hay quienes la sacian visitando Buenaventuras, Manauses o Tijuanas. Y así me acerqué a Tijuana, no sólo coreando envanecido el sonsonete que la ha hecho aun más famosa, sino también presto a contemplar la belleza que subyace a la injusticia social, la corrupción y la violencia. En otras palabras, como buen aprendiz de artista, la idea era admirar la belleza incluso en lo más abyecto de lo humano, o en este caso, de lo urbano. 
            Atrás, necesariamente, dejaba la aparente apacibilidad del Imperio, su impunidad invisible y su omnipresencia estatal y me lanzaba temeroso y fatuo al puesto migratorio más concurrido del mundo. Pasar del Norte, sin embargo, fue tan fácil que en cuestión de minutos me encontraba ya en la casa de mi nueva amiga virtual y, al poco rato, ya leyendo con avidez su colección de Cosmopolitan. Es de reconocer que Los 10 secretos que él nunca te dirá, o Las 8 claves para conseguir orgasmos de película, parecen guardar en sus símbolos, si no el enigma de un Dios innombrado, un algo de sana entretención. 
            Dos artículos después ya los temores que la ciudad podía despertar se habían diluido, y ahora, más que ser un explorador exterior —¿multicultural y heterodoxo?—, pasaba ansioso a aventurarme sobre cada nuevo ejemplar de la revista. Tanto así que, tras días y días de encierro, decidí que ya era hora de salir a darme una vuelta. Una al menos. Pero Tijuana no cumplió con las expectativas de su mala fama. Terrosa por la aridez de este rincón del mundo, y a ratos gris por los nubarrones que trae del Pacífico, no puede decirse que sea bonita, o incluso agradable, pero tampoco que sea insufrible o caótica. 
            Es más una mezcolanza entre la deshumanización de la urbe gringa y el descuido y limitaciones de la urbe latinoamericana. Es una ciudad para carros antes que peatones, y como en todo modelo urbano de clase media mediocre, abundan los centros comerciales. La Avenida Revolución, única calle en que se ven peatones, es la zona de la fiesta, las drogas y las putas, pero nada que sobrepase en sordidez o calidad a cualquiera otra similar. De la antigua furia del Río Tijuana y que décadas atrás inundó la ciudad, sólo queda una obra magnánima de canalización, ridícula frente al riachuelo débil que ahora corre en medio. Aquí no hay gamines ni mendigos visibles, hay programas de ayuda para los mojados deportados y, como en todo buen hervidero de descomposición social, la ciudad es origen de diferentes manifestaciones artísticas.

            Años atrás vi un documental sobre la ciudad. Era un trabajo inexperto y de escasos recursos técnicos y narrativos. Nada tenía de especial excepto la imagen de muchos Barts Simpsons en escala humana —gigantes—, hechos en cerámica y a la venta. Mi viaje trajo a colación esas mismas imágenes en movimiento, ahora encuadradas por la ventana del carro de la amiga virtual que me sacaba de paseo. Una vez más, del centro comercial al cine multiplex, de la casa a la taquería, de la línea al centro, y de trancón en trancón, emití el juicio de la inexperiencia y falta de recursos técnicos y narrativos: aunque ni peatones ni Barts Simpsons gigantes vi.
            
            Cansado entonces de sacar a pasear mi tedio, regresé afanoso a casa a continuar aquel artículo sobre Las 20 preguntas sorpresa que siempre debes estar lista para responder. Ante la molestia e innecesariedad de definirme —y ya que insisto—, optaría pues por catalogarme como un viajero cosmopolitan.

November 21, 2011

Intimidades

Para pocos es un secreto que soy gay ––aunque ante algunos que se hacen los ciegos no he salido plenamente de la celda. Muchos están al tanto de mis ya prolongados problemas con el alcohol, y ni hablar de mis notorios devaneos con todo tipo de drogas moralmente consideradas “duras” y de algunos impulsos que se han ido más allá de la simple recreación. Permanecer fiel a uno mismo tiene su precio, y más costoso aun cuando “uno mismo” es una mezcolanza de deseos, miedos y contradicciones.
              Con Mía hemos acordado que, pase lo que pase, ella continuará atendiendo la escuela y no desaprovechará esa beca en la facultad de artes. Es cierto que no hablamos de mi muerte, pero esta late diariamente en el hogar, en cada medicamento que tomo, en cada precaución alimenticia, en cada exceso de creatividad o arrojo que aventuro. Y si algo he aprendido, especialmente desde que me diagnosticaron VIH positivo hace veinte años, es que la cercanía con la muerte es ante todo una fuente de vida, de calor, un corrientazo si se quiere.


              En una ciudad en apariencia tan liberal como Los Angeles, adoptar una niña, una niña negra, no ha sido fácil. Tampoco ha sido fácil para Mia ser la hija de un hombre soltero blanco, gay militante, sesentón, exalcohólico, y etcétera etcétera. En esta sociedad pretendidamente convencional y suciamente puritana para nadie sería fácil. Pero Mia es una artista y una batalladora. Tanto su historia personal como su educación la ubican en un escenario excepcional, en el paradigma de lo superhumano si se quiere. Ya desde muy niña condescendió a visitar a su único tío en la cárcel, mi hermano y único pariente, sin dejarse amedrentar por su condena de homicidio culposo. Hay quienes se ven envueltos en circunstancias en las que deben matar a un otro, y eso ni Mia ni yo lo defendemos o culpamos. Creativa, analítica, bella y saludable, y no exenta de algo de vanidad y soberbia, a sus 17 años le ha dado por volverse vegana militante. Por el momento, digamos, hemos hecho un pacto mutuo de no agresión.
              Creo con firmeza que un hombre necesita que se lo follen, que las cárceles son un gran negocio no en beneficio de la sociedad, que gracias al catolicismo y su prohibición del condón el VIH se ha disparado así como el crecimiento de esta especie humana destructiva. Me cago en el starsystem de Hollywood y en todas sus mentiras constitutivas y me cago en las religiones monoteístas. Me gusta dar paseos tranquilos, ir a la playa de vez en vez, salir a comer con amigos y leer el periódico los domingos. Y más allá de mis preferencias, repito, a man needs to be fucked.
              Hay que vivir esa vida que queremos interpretar o representar así no sepamos cuál es, así sea para decir, ya a los sesenta años, que estuve un poco sobreactuado allí, un tanto desconcentrado más allá o por momentos demasiado melodramático. Yo, como el actor que soy de mi vida por excelencia, como el autor que soy, Michael Kearns, me concentré en mis propias producciones y así nació Intimacies. Un monólogo de cuatro voces que, más allá de mi voluntad, da cuenta de ese “uno mismo” nebuloso y por momentos lejano y que no es más que una pluralidad de deseos, miedos y contradicciones. 

              Y oh sí, ha valido su precio.

October 29, 2011

On the Rail


A Mike lo conocí por internet, en una de esas comunidades virtuales para viajeros y él, confiando en mi vago perfil, decidió recibirme en su casa en L.A. Yo llevaba ya un tiempo viajando y sumado a eso se había juntado un momento de cambio repentino en mi vida —sin novia, trabajo ni ocupación en la Costa Este— y todo indicaba que el viaje debía continuar.
            Haciendo maletas, dejando y botando, encontré On the Road, de Jack Kerouac, publicado en 1957. Lo había comprado años atrás pero nunca logré superar sus primeras páginas. Este, libro iniciático para las juventudes rebeldes gringas que sueñan con atravesar el país a dedo —pidiendo aventones, con cien dólares en los bolsillos y una muda extra de ropa—, fue a su vez un libro iniciático para jóvenes escritores que encontraron en el automatismo de su escritura la forma de conciliar el rigor de la letra con la espontaneidad de sus vivencias viajeras, musicales y alucinógenas. Lo mío, sin embargo, sólo era una travesía sosa en tren durante cuatro días y necesitaba algo para leer en esas largas horas en que hasta el más bonito o inimaginado de los paisajes se haría rutinario.

                           
Llegué un sábado a NY Penn Station, cargado de equipaje y un fiambre que esperaba me durara al menos dos días —unos sánduches de salmón ahumado con aguacate y queso que madrugué esa misma mañana a preparar, frutas, agua y algunas chucherías. Por fortuna una vez a bordo del tren Lake Shore Limited no tuve que compartir asiento con nadie y pude estirar tranquilo mis largas piernas.
            El tren comenzó su travesía rumbo al norte, bordeando el río Hudson, en un paisaje colorido de tonos amarillosos y rojizos de otoño. Continuó la marcha y fue parando en Poughkeepsie, Albany, se hizo de noche, Rochester, la horrible Buffalo y Cleveland, hasta que caí dormido. A la mañana siguiente, luego de atravesar masas y masas de rezagos industriales, ennegrecidos y desolados, y diecisiete horas después, finalmente llegamos a Chicago donde me esperaba una escala de seis horas y un trasbordo. “The Wind City” se presentó benévola en su temperatura y pude caminar durante horas en aquel domingo soleado: del downtown al lago Michigan al Millenium Park: tomé fotos, me quité los zapatos, me bañé a medias en una fuente, y me asoleé. A las 3,45 de la tarde abordé el Southwest Chief y de nuevo tuve un asiento solitario a mi lado en el cual poder seguir estirando mis largas piernas.
            Al poco tiempo de salir de la ciudad ya se abrían en el paisaje maizales interminables y brillantes que me hicieron evocar el espíritu industrioso de Monsanto, el exceso de edulcorantes de maíz en todos los alimentos procesados, y el empobrecimiento del campo mexicano luego del ALCA y que generó millones de migrantes indocumentados. Un par de horas después, y como Sal el narrador de Kerouac, también me excité —sin anglicismo incluido— al cruzar el Mississipi, aunque no alcancé a tomarle foto.
            Las paradas siguieron ordenadamente, una tras otra por supuesto, y nos detuvimos en La Plata, en Kansas City —la mítica ciudad de Vaughn—, ya de noche, y dormí y desperté y al día siguiente paramos en Topeka, La Junta, Trinidad, Raton, y Las Vegas, entre muchas otras que no podría recordar. En cada parada del tren me bajé, por diez o quince minutos para respirar un poco el aire de cada lugar y con ello aprehender un poco más de este, y bla bla bla; para hacer un poco más concreto mi paso por el país, legitimizar mi vanidad de viajero, decir que conocí, y bla bla bla.

                           
Atravesé valles boscosos y bordeé ríos anchos y calmos durante horas; desiertos rocosos sin dunas ni cactus; montañas y planicies terrosas con picos nevados a lo lejos; vi manadas de alces bordeando arroyos, venados y un zorro, y en esta ocasión ningún oso desesperado se aventó a los rieles. Horas después en Albuquerque hicimos una escala de una hora y me fui a caminar por la ciudad, a comprar doritos y chocolatinas twix para lo que me faltaba de viaje, y una cocacola helada con hielo. Pero —siempre a mí—, una vez de regreso a mi puesto me encontré con una señora ocupando el puesto del lado. Era una situación realmente odiosa. Todos a mi alrededor seguían intactos, solos en sus sillas dobles, y yo parecía ser el único que ahora se incomodaba. Y para mayor perjuicio, ¡Marthica!, no sólo resultó ser más entradora que cualquiera de mis tías sino que además era argentina y hablaba hasta por los codos.
   
A Mike, repito, lo conocí por internet y sabía que era actor y dramaturgo, tenía sesenta años y más de mil quinientos amigos en facebook. No sabía si era un viejo cacorro en busca de muchachos, un alcohólico explosivo o un religioso empedernido. Con él hablé desde el tren mientras atravesaba esas planicies desérticas de Arizona la noche antes de llegar, y volvimos a hablar la mañana siguiente desde la estación en que me dio las indicaciones para llegar a su casa.
            On the Road superó mi voluntad lectora automática y me aburrió. Sólo llegué a la página ochenta de sus doscientas ochenta. Me faltaba mucho para el final pero yo ya estaba en el final de ese trayecto. Ya pues, sin ánimo redentorio, nos encontrábamos el libro y yo, como luego diría Mike, in the middle of the road.

                           

September 30, 2011

My Troubles With Women


Como la mala frase que evoca las fuerzas inesperadas de la casualidad, los hilos caprichosos de la determinación, la inexplicable causalidad del hado, o los laberínticos entresijos del azar, de manera similar el inevitable, loco, fortuito, indescifrable, intrincado o laberíntico destino me trajo a las manos el libro de cómics Mis problemas con las mujeres, de Robert Crumb, y en versión españoleta, tíos. Como si mi falta de conciencia no hubiera ya tenido suficiente y mis culpas pudieran castigarse, o redimirse.
Lo curioso del encuentro radica en que el libro apereció justo aquel día, allí, y de la mano de mi buen amigo Bethu, el mismo amigo libidinoso y procaz que acostumbrara hacer competencias indecorosas en nuestra temprana juventud, y para mayor perjuicio de mi ego, siempre ganara.


Fue en un martes radiante de finales de julio. Yo iba a su casa por primera vez en muchísimos años, y él, luego de brindarme con una mazamorra helada con panela —“Ay de los que disfruten de tales goces, pues para ellos está destinado el verdadero reino del Señor”—, comenzó a exhibirme sus últimas adquisiciones literarias, teóricas, y cinematográficas. 
Tenía, entre ellas, el Libro verde de Gadafi junto a una colección de poemas de Cavafis —lo juro—; un pequeño texto de George Simmel sobre las sociedades secretas, ideal para justificar o sosegar el conspirómetro interno; y un documental sobre Garganta profunda —aquel clásico setentero—, en que su protagonista femenino, Lynda Lovelace, narraba sus historias ahora ligadas a la práctica evangélica, o adventista del Séptimo Día, o rosacruzana y su activismo antipornográfico, y su protagonista masculino, Harry Reems, en que años después, frustrado ante la imposibilidad de ser tomado en serio por la academia —la cinematográfica, especifico—, se suicidó. ¿O fue Reems el testigo de Jehova y Lovelace la asesina en serie? No importa.


           Lo que importa es que tomé al azar —o loco, fortuito, indescifrable, intrincado o laberíntico destino— este libro de cómics en mis manos y fue como una revelación. Sólo con abrir sus páginas, ligeramente, ventilándome luego un poco la cara, sentí el aire común que rolaba entre nosotros, la “química”, y me lo llevé. Creo que Bethu me lo regaló, y si no, al menos por esos días, el libro me pertenecía más a mí.
Mi amigo tenía que trabajar y nos despedimos prontamente. Pero mi noche de lujuria apenas comenzaba. Luego de caminar por diferentes barrios, de Malasaña a la Gran Vía y de ahí a Las letras, finalmente me detuve en Lavapiés, solo con mi seca lubricidad, a tomarme una cerveza, y a leer. Fue sólo cuestión de minutos para que las guarras de aquel bar se me hicieran todas apetitosas, y para que las insinuantes figuras de Crumb convocaran parcializadamente aquel viejo debate entre la teoría y la experiencia. 

Decidí entonces salir de allí presuroso e ir al encuentro de aquella gringa abundante que se hospedaba en el cuarto del lado en mi pensión barata. En repetidas ocasiones habíamos intercambiado diálogos insinuantes y miradas furtivas entre los resquicios y bordes de nuestros computadores mientras descansábamos en el hall. Había llegado la hora y allí estaba ella, aparentemente desprevenida, pero dispuesta. ¡Había llegado la hora! —me repetí luego victorioso—, y, ya a oscuras en mi habitación, me desnudé, di libre rueda a mi pudor, me deslicé entre las sábanas, encendí aquella pequeña y tenue lamparita en forma de vela, vestí mis gafas de protección y me lo devoré.

September 22, 2011

De locos, mancos, salamancas y escolásticas

Dice el viejo refrán consignado entre otras en Don Quijote, “Lo que natura no da, Salamanca no presta”. De otro lado, nos dice la mala noche salmantina, “En Salamanca, la que no es puta, es manca”, y cuestiona el dicho seguidamente: “¿Y ve usted, caballero, alguna manca?”. Así camaradas, si brutos o deformes, pues demalas.
           El imaginario popular construido alrededor de esta histórica ciudad universitaria parece entonces debatirse entre discusiones fundacionales sobre naturaleza y cultura, constitución innata y comportamiento adquirido, y asimismo, entre la iluminación brindada por la academia o la brindada por goces que requieren, digamos, otro tipo de concentración y disciplina.

No obstante la corrección política es algo que no podemos dejar de atender, más allá de los cuestionamientos de género, representación inequitativa del sexo femenino, cultura patriarcal dominante y opresión, yugo, silenciamiento, infamia, etcétera, recordemos la evidencia que registra sin parangón esa nefaria naturaleza femenina en El licenciado Vidriera, escrito por Don Miguel de Cervantes Saavedra. En esta, una mala doncella da una pócima brujeril a nuestro buen licenciado y lo enloquece. Como quien dice, ya hubieran querido el manco y el bruto mejor toparse con una manca.
Desde el comienzo de la historia a orillas del Tormes, el jovencillo Vidriera, al encuentro con grandes señores, manifiesta su intención aplicada de ir a Salamanca a estudiar, allí donde “de los hombres se hacen obispos” (e infame aquel que osó decir que lugar aquel en donde de los obispos se hacen auténticos demonios). Y el joven promisorio estudió, viajó por diferentes naciones, regresó a Salamanca, se graduó de Licenciado, y, para perjuicio del Bien, conoció esta mala mujer que lo envenenó y le perdió el juicio: “Como si hubiera en el mundo yerbas, encantos ni palabras suficientes a forzar el libre albedrío”.
Ya loco, lo que antes fuera el distinguido licenciado Rodaja, presto a hacer cumplir la ley, pasó a ser el licenciado Vidriera, nombre acuñado desde su impresión paranoide de que el contacto de los otros podría lastimarlo y quebrarlo, como al vidrio, ¡en España la sutil! Atrás quedarían entonces la buena tradición escolástica aprendida y los valores y reflexiones de un ciudadano de Bien. 
El loco Vidriera, como es de esperar, era un caso perdido. Repentino vegetariano, “carne ni pescado, no lo quería”, imposible abstemio y naturalista, “no bebía sino en fuente o en río”, extremo ambientalista, “los veranos dormía en el campo a cielo abierto, y los inviernos se metía en algún mesón y en el pajar se enterraba hasta la garganta”, como si fuera un hombre de vidrío: transparente, delicado y sensible. Estaba loco de remate, y era una amenaza inminente para la sociedad. Y como buen loco y caso perdido lo suyo tampoco era el silencio, ni la prudencia, ni mucho menos la objetividad. Así se soltaba en diatribas contra los poetas y malos poetas: “¿Qué se ha de decir sino que son la idiotez y la ignorancia del mundo?”, y seguía:

“––¡Qué es ver a un poeta de estos cuando quiere decir un soneto a otros que le rodean, las salvas que les hace, diciendo: “vuesas mercedes escuchen un sonetillo que anoche a cierta ocasión hice, que, a mi parecer, aunque no vale nada, tiene un no sé qué de bonito”! Y en esto, tuerce los labios, pone en arco las cejas y se rasca la faldriquera, y de entre otros mil papeles mugrientos y medio rotos, donde queda otro millar de sonetos, saca el que quiere relatar, y al fin lo dice, con tono melifluo y alfeñicado”. Desconsiderado Vidriera, como si alguna vez nos hubiéramos molestado con algún melifluo y a la vez no ambicionáramos cierto alfeñicamiento.
¿Y qué decir de otras artes? “Dijo que los buenos pintores imitaban la Naturaleza, pero que los malos la vomitaban”, y que los titiriteros y cuenteros ––si recuerdo bien–– debían ser expulsados del reino.
¿Y qué de otros oficios reputados?: “El juez nos puede torcer o dilatar la justicia; el letrado, sustentar por su interés nuestra injusta demanda; el mercader, chuparnos la hacienda; finalmente, todas las personas con quien de necesidad tratamos nos pueden hacer algún daño; pero quitarnos la vida sin quedar sujetos al temor del castigo, ninguno: sólo los médicos nos pueden matar y nos matan sin temor y a pie quedo, sin desenvainar otra espada que la de un recipe; y no hay descubrirse sus delitos porque al momento los meten debajo de la tierra”.

¿Y qué de las consecuencias de nuestras vidas laborales en nuestras comunidades locales, ya globales? “La honra del criado descubre la del amo. Según esto, mira a quién sirves y verás cuán honrado eres.”
Y finalmente sobre la esperanza y la felicidad: “Preguntole uno que quién había sido más dichoso en el mundo. Respondió que Nemo (Nadie), porque “Nadie conoce su ascendencia; Nadie vive sin culpa; Nadie está contento con su suerte; Nadie sube al cielo”.
Conocimiento innato o adquirido, putas o mancas, locos y necios, vagancias o escolásticas, señor todopoderoso, no nos dejes caer en tentación, y líbranos de este Mal.

August 30, 2011

Otro Paral-lel


La vida nos pone en situaciones con libros que podríamos asumir ––así sea para creer que somos la imagen especular de otra ficción, o una obra de arte en construcción–– como paralelas. Así, digamos entonces que con el ánimo hecho mierda, solo, sin nada qué hacer, ni rumbos, en diálogo vehemente consigo mismo, andando y desandando las Ramblas, el Barrio Viejo, el Gótico, el Paral-lel, los atractivos turísticos, Barceloneta y las playas, felizmente infeliz, regodeándose en los sentimientos adversos, un no tan joven aprendiz de escritor se encontró nuevamente con La Rambla paralela, escrita por Fernando Vallejo en el 2002. Esta, como sugiere su título, está dedicada no a la inaguantable y famosa Rambla, sino al Paral-lel, por entonces con su nomenclatura todavía en español (“––¡Que más da! El nombre no cambia la esencia de las cosas. ––Claro que las cambia! El nombre es todo. Sin él no hay cosas”). 
          Y por el Paralelo andaba el viejo hijueputa de la novela, cagándose en todo y reconstruyendo su primera visita a la ciudad 40 años atrás y su experiencia con un joven puto y que el Paral-lel ahora le ocultaba. Y el no tan joven aprendiz, en su primera visita a la ciudad, hospedándose precisamente en el Paral-lel, y aunque con menos edad y menos memorias que contradecirle a sus vivencias, con un malestar acumulado de años y algunas nauseas recientes, también se la pasaba hijueputeando y maldiciendo allí, medio conversando con drogadictos e inmigrantes más allá, altanero e irascible, aunque sin fuerzas siquiera para hablar.

––¿Y sobre qué querías hablar pues?–– Increpaba el no tan joven aprendiz de escritor al viejo amargado y desencantado que lo seguía. ––Pues nada, que el mundo está hecho una mierda, que me engañaron y la famosa Rambla no bordea agua desde mucho tiempo atrás en que la canalizaron y la techaron con pavimento, así como hicieron con su Avenida la Playa de la adolescencia o con El Valle de Anhangabaú de junio pasado, en este mundo enloquecido de concreto. Y que sumado a eso, tal “deambular interminable de la Rambla”, de turistas insoportables como todos, la hacía insufrible.
La ciudad sin embargo no se reducía a esa avenida y el no tan joven aprendiz lograba dar vueltas en bicicleta y sentirse a solaz bajo esa resolana cruel de agosto. Pero el viejo que lo seguía era de otra mentalidad, y al pasar por todos esos museos inútiles que abundan se le despertaban las fobias: que el del engreído y mal artista Dalí, que el del soso Miró, que el del informalista Tàpies, y por supuesto, que todas esas casas estrafalarias para millonarios extravagantes del lameculos de Gaudí, y eso sin mencionar su “adefesio de catedral inconclusa que parecía un pastel comido por los gusanos, con unas torres como florecidas de papilomas genitales y chancros”. Atracciones que, a todas estas, hacían de la ciudad un deambular incansable de gente, de aquí para allá y acullá: “el ir y venir de esa ciudad ociosa que llevaba años y años sin dormir”.
Como la ciudad, y como el viejo hijueputa de la novela, el no tan joven aprendiz también ya llevaba días y días sin dormir. Y el viejo amargado que lo seguía era quien pasaba las facturas a su cuerpo, y a su ánimo. Así que noche trás noche, desahuciado frente a "la vasta noche del insomnio", salía a la calle a seguir dándole vueltas a sus maldiciones, a sus rabias acumuladas desde la niñez, comprando cervezas de un euro a los "pakis" o indios, para seguir andando y evitar que lo agarraran las putas pues después era un lío desprendérselas.

––¿Y por qué se las quería desprender, no era pues tan profano, tan transgresor, tan libertario? (––¿Quién? ¿el joven güevón o el viejo maloliente?).
La cosa es que ni su traumado machismo, ni el orgullo, ni la culpa cristiana, ni la avaricia le permitían tales goces contractuales. Así que en esas, como le aconsejó su amigo Bethu, entendió que lo mejor para desprenderlas era responder: ––Claro mi amor, pero gratis. ––¡Estás muy linda pero no tengo ni cinco! Y así etcétera hasta que ya ninguna otra se le acercaba ni le agarraba la mano ni le enterraba las uñas ni quería pellizcarle las tetillas. Pues el no tan joven aprendiz viejo amargado además de culposo era lo que llamábamos en el barrio un achapado, un amarrado, un codo, un chichipato, un miserable muertodehambre que como sus ancestros españoles, quería siempre lo mejor, pero sin pagar.
Y ahí le volvían al viejo amargado y resentido las tontadas contra los españoles, que eran unos perezosos, que qué era eso de cuatro horas de siesta al medio día, y los bares de tapas llenos todas las noches, y que sus "Indignados" alternativos temiendo por el recorte a sus privilegios primermundistas, y que españoles racistas, y que clasistas, y que machistas y que provincianos, y así se iba el no tan joven aprendiz mascullando sus imprecaciones, feliz de estar en Barcelona en donde los españoles eran sólo uno más de los grupos migrantes. "¡Qué hermosa sería España sin gente! ––se dijo––. Un terregal con piedras. Y aquí y allá, en un rastrojo, un poco de respiración, de movimiento, ¿y que sería qué? Una cabra de cuatro patas, obtusa."
No había duda que les faltaba lucidez y mesura a los comentarios de estos viejos hijueputas y amargados. 

Pero sin escarmentar pasaba el viejo hijueputa de la novela a repetir que "su sueño era quemar el Vaticano y la Kaaba bajo las barbas mismas de Dios o Alá”, y le recordaba al viejo aprendiz que él a su vez querría seguir con todos esos castillos y monumentos imperiales españoles e incluso no coloniales, que el Monasterio del Escorial, que la Catedral de Toledo, que toda la ciudad de Salamanca con su biblioteca de incunables y rarezas del siglo XI, el Alcazar de Segovia con Acueducto romano incluido y sin que se escape, por supuesto, el Palacio Real de Madrid, echando fuego bajo las greñas mismas de todos los “Indignados” de la Plaza del Sol. Aunque, eso sí, el joven amargado, a este "país de blasfemos”, a “España, terregal cerril de cabras locas”, sólo le rescataba eso: que se cagara en la madre, la puta, la hostia, ¡y en Dios!
Pero si el viejo era un resentido, los juicios del no tan joven tampoco eran de fiar. Su personalidad antojadiza y caprichosa ya era popular entre sus conocidos, y su ánimo gratuito de llevar la contraria no era una sorpresa para sus lectores: en un mismo día, dependiendo de su interlocutor, defendía y cuestionaba los sindicatos, apoyaba y satanizaba la democracia, criticaba a la hipócrita Europa y luego se entregaba en alabanzas sin límite. Ahora, sin embargo, que estaba en otro juego de su vida, tanteaba esta nueva ciudad para el futuro, cotejando los pros y los contras con pretendida honestidad: "––Por fortuna en Barcelona no había niños. Ni perros abandonados, ni putas embarazadas. Putas sí, muchas, pero no embarazadas. Una ciudad civilizada, en fin, donde él podía vivir”. Sí, parecía ser una tierra de todos, de nacionalismo obtuso, de inquisidores, de inmigrantes, turistas, putas y locos donde comenzar de nuevo, así ya todo estuviera perdido.

Secundado entonces por el insomnio salió una noche más a caminar. “Con los ojos llorosos por la sal del aire el viejo siguió su camino extraviado en las calles de esa ciudad extranjera, Barcelona de los locos, Barcelona de los herejes, Barcelona de los parias”. De Antioquia la Grande a “Cataluña la grande”, pensó el viejo recalcitrante, sólo debía haber un salto cuantitativo, aunque de la primera ya había huido años atrás, incapaz de lidiar con esa raza maldita paisa. Tampoco importaba, volvió a pensar el joven amargado, pues era sólo otro lugar de paso. Finalmente, como decía el viejo con solemnidad poética, “todo pasa, todo muere, y esta línea va fluyendo y yo con ella hacia la nada”, o, en este orden enrevesado de un blog, esta línea va fluyendo pero hacia el anterior post.

August 04, 2011

Me río de janeiro


Con todo y el respeto que me inculcaron mis mayores por mis mayores, no puedo más que reelaborar cierto legado cultural carioca. Sin duda las crónicas y novelas de Machado de Assis y sus retratos de la pequeña aristocracia y burguesía local están llenas de encantos y méritos ––“genio”, no en vano, le llaman los más orgullosos. Las crónicas y novelas de Lima Barreto y sus merodeos por los bajos fondos, lupanares, cantinas y casas de juego nos presentan por oposición ese otro aspecto urbano que resulta, a nuestro entender convencional, mucho más colorido y edificante. La poesía de Drummond de Andrade, y su épica Elegía de 1939 ––“porque no podemos, solos, dinamitar la isla de Manhattan”––, marcará el ritmo de nuestros ensueños libertarios. Los ladrillos de Clarice Lispector, aunque también hija putativa de la ciudad, nos han sacado radicalmente de ella con sus crisis cognitivas y metafísicas. Y ya que de crisis  hablamos, hasta el mismo Paulo Coelho nos ha enseñado a cómo conseguir amigos, y en más de treinta idiomas.
          Desde otro ángulo, el surgimiento de la samba ––y la grandiosidad decadente de un Noel Rosa o un Pixinguinha––, y su celebración del malandro, aparece de gran sugestión cuando comparamos procesos similares con la salsa, además de alegrarnos veladas en youtube. El aire prohibido del maxixe, la melancolía del choro, el amaneramiento de la bossa nova,  y otros que han de escapárseme, no hay objeción, nos obligan a toda suerte de reverencias, y respeto, y etcétera etcétera.
          Sin embargo, debemos admitirlo, la parada cultural carioca ––¿brasilera? ¿y dónde los adalides del techno brega?–– va por otro rumbo. Ya desde los repentistas nordestinos y sertanejos la gran fuerza de la improvisación se veía venir. Lo que no imaginamos fue que, junto a ello, también llegarían corrientes tecnológicas y submundanas del Imperio. En el origen, finalmente, siempre Áfríca. Así, como celebración de su máxima representación artística, esto es, la confluencia de su corriente musical y su gran componente lírico, con ustedes, damas y caballeros, ladies and genttlemans, senhores e senhoras, directamente desde las Escaderias da Lapa, y con acompañamiento exclusivo de musiquita de celular pregrabada: Anderson Bruno, ––o meu parceiro, sem dar bandeira, e antes da farra no morro de Arará––, en pleno despliegue de talento, de virtuosismo drogado, perezoso, dejado, vivo, casi puro, casi intacto en su fuerza primigenia, casi ausente de vanidad, con ustedes, leidis and genttlemans, esta rima improvisada, este ritmo chapadão:

                  

July 31, 2011

Paulicéia desvairada

Cansado como estoy de las ciudades y sus repeticiones, pero en tanto fascinado y ligado a ellas por las mismas razones prácticas de un poco más de la mitad de ustedes, queridos siete mil millones potenciales lectores, a ellas vuelvo a dar. No me doy, eso sí, con ligereza consumista ni con entusiasmo ciego. Me doy, como siempre, a medias extremas, entre el sí y el no, entre el encierro monástico y el exceso de exceso. Una “genuína dissonância”, como expresaría con espíritu similar Mario de Andrade en su poemario vanguardista Paulicéia desvairada, escrito en 1922, y dedicado a la ya desde entonces desvariada ciudad de São Paulo. “Soy pasadista, confieso”, afirma allí mismo de Andrade y lo secundo yo y una caterva de humanistas históricos insatisfechos con su contemporaneidad, incapaces de lidiar prácticamente con ella.
          Pero dejemos que sea de Andrade quien se queje de su ciudad y su tiempo, que a cada uno su turno.

Monotonías de mis retinas… Horribles las ciudades/ vanidades y más vanidades/ ¡Nada de alas! ¡Nada de poesía! ¡Nada de alegría!/ ¡Oh, tumultos de ausencias! / Paulicéia, la gran boca de mil dientes/; y dentro de los chorros de su lengua trifurca/ de pus y de más pus de distinción.../ Giran hombres débiles, bajos, flacos.../ serpentinas de entes ansiosos por desenrollarse.

          Mario de Andrade no podría concebir que su presente pudiera estar más cerca de nuestro pasado anhelado. Ya desde sus tiempos surgía con fuerza ese carácter imaginado de la representación nacional brasilera, tan dado a ahogar con danzas, risas, devaneos sexuales y otros eufemismos sus amarguras constitutivas. Así, no sólo se bautizaron promesas como la “democracia racial”, o se institucionalizaron estereotipos tropicales, frutales, sino que en esa repartición de títulos y epítetos, a la mayor concentración de pobreza de la ciudad, a su favela más elocuente, se le bautizó Paraisópolis. Ratzinger no lo hubiera ideado mejor… Y en contraposición a “las suciedades intrínsecas del urbanismo”, tenemos el muy acomodado barrio de Higienópolis, indicando en su nombre, ya sí, una preocupación por un mundo, digamos, más corporal y terrenal.
          Pero como toda proyección de comunidad soñada, y mágica, a lo Disneylandia, São Paulo también cuenta con su lado onírico, su pesadilla, y esta es Crackolandia. Calles y calles de mendigos aglomerados fumando “pedra” o “pasta”, o “crack” como en la USA, o “bazuco” como en el querido terruño, y de manera similar en sus épocas doradas al barrio El cartucho, en Bogotá. “Futilidade civilização...” “Y rodando en un bando nefario, vestidas de electricidad y gasolina, las enfermedades circulan en redor “.
          Pero no sólo enfermedades circulan. Dicen fuentes orgullosas que esta masa urbana de más de 20 millones de habitantes tiene la principal flota de helicópteros y aviones particulares del mundo, es la principal consumidora de Ferraris y otros autos de lujo, y cuenta con una población de 80000 habitantes miembros de una élite cosmopolita con propiedades en diversas latitudes del Primer Mundo… “Futilidade civilização...”, repetirá continuamente de Andrade, y seguimos el ritmo cuando, animado, nos convida a unirnos a la fiesta: “¡Vamos a bailar el fox trot de la desesperanza!/ ¡a reir, a reirnos de nuestros desiguales!”
          
¡Yo insulto al burgués!/ ¡Al burgués-burgués!/  La digestión bien hecha de São Paulo/ ¡El hombre curva! ¡El hombre nalga!/ El hombre que siendo francés, brasilero, italiano,/ ¡es siempre un cauteloso poco-a-poco!

          Las cosas no parecen haber cambiado mucho, ni aquí ni allá, y el espíritu progresista del siglo, y ahora de la corrección política, parece apuntar hacia un conservadurismo perfumado de irreverencia.  Pero no todo está perdido. En la antigua casa de Mario de Andrade, en pleno centro peligroso de la ciudad, hoy se encuentra un restaurante vegetariano. Así, aunque dirigido a otro modelo de clientela burguesa ––unos 15 dólares por el almuerzo corriente––, ya de Andrade habrá ganado, al menos simbólicamente, esa batalla del odio al burgués, “¡al burgués-funesto!/ ¡Al indigesto frijol con tocino, dueño de las tradiciones!”
          Como ya otros lo habían notado, los hábitos alimenticios y los hábitos económicos son una mutua metáfora de sí y de la sociedad. “¡Muerte a la gordura! / ¡Muerte a las adiposidades cerebrales!” Nos dirá en ánimo combativo, ¿y qué mejor para esta nueva cruzada, que comenzar con unos repollines al vapor en su restaurante?

July 01, 2011

¡Que haiga paz!

“¡Que haiga paz!” ––relata Alfredo Molano en su célebre Trochas y fusiles–– fue el pronunciamiento final ante las cámaras de Manuel Marulanda, como parte de los acuerdos de paz con el Gobierno colombiano firmados en La Uribe en 1984. La frase de Marulanda ––el hasta hace pocos años guerrillero más viejo del mundo y sobre el cual en diversos parajes del pueblo hermano de Venezuela reposan bustos de homenaje que ya pronto corroerán la acidez de caca de paloma––, nos recuerda Molano, sorprendió a muchos de los televidentes ante el hecho de que los guerrilleros pudieran comunicarse, y en castellano, aunque no por ello se les valoró la tentativa.
           Pocos años después de aquel incuestionable fallido proceso, y salvaguardadas las FARC en Marquetalia, le concederían a Molano una entrevista en la que Marulanda nos dice: “Es que yo estoy buscando la paz desde hace muchos años. Me tocó inventarme esta guerra para que me oyeran a mí y a la gente que por mi boca habla, pero al Gobierno no le conviene la paz porque, entonces, ¿qué hace con los militares? Uno pide una cosa y le responden que no. Que no se puede porque la constitución no lo permite. Entonces uno propone el cambio de Constitución, y le responden que no, que eso es antiinconstitucional. No dejan sino el camino de guerra o el de entrega. Y el de entrega si va a estar muy difícil, pues uno tan viejo ya no está para esas... Vamos a ajustar cuarenta años de pelea… si ellos quisieran hacer las paces en una hora las hacemos, pero si no quieren va a ser como muy difícil, pues para ellos todo es antiinconstitucional”.
Seguidamente se desató en el país el extermino selectivo de los más de tres mil políticos militantes de izquierda, asociados en la UP; se dieron las negociaciones de paz con Pastrana en las que a un mismo tiempo el Gobierno firmó tratados armamentistas con el Imperio y las FARC abusaron de la Zona de distención en el Caguán; llegó el gobierno de Uribe y las Fuerzas Armadas se multiplicaron como en un 500%; y las FARC, una vez más, fueron atrincheradas a sus zonas de control histórico.
Ahora, y no sólo desde la perspectiva de los más de 60 años de su lucha armada, sin duda estamos en parte de acuerdo con el finado Tirofijo: ante la doble negación que señala, aquella antiinconstitucionalidad de las medidas de Guerra, y sin que valga la pena incurrir en la mención de las múltiples derivaciones y nuevos ejércitos que nacen y mudan pero nunca mueren, resulta que la guerra es, finalmente, aquello verdaderamente constitucional.

June 07, 2011

Eco-subversismo: Factores Ambientalistas en Regiones y Comunidades

Como nos lo recuerda Alfredo Molano ––uno de los pocos conocedores del territorio colombiano––, en textos como Apaporis: viaje a la última selva, donde reconstruye la colonización amazónica y los conflictos de intereses entre colonos y nativos, o en su más célebre Trochas y fusiles, en el que reconstruye desde diferentes voces testimoniales la historia del surgimiento y desarrollo de las FARC, la ya problemática situación ambiental colombiana podría estar mucho peor.
Desde los siglos XVII y XVIII, en tiempos de Túpac Amaru I y II en la región cusqueña, de Zumbi dos Palmáres en su Quilombo nordestino y de Benkos Biojo en el Palenqu­­e de San Basilio, muchos han sido los levantamientos que tienen como adyacente cosmogónico, ideológico o pragmático la conservación ambientalista. El siglo XX, sin embargo, sin distingos de clase y alrededor del mundo, nos sorprende con el renacer acelerado de tal activismo. En el panorama latinoamericano surgen figuras proteccionistas como el MLN-Tupamaros, el M-Sem Terra, los Cangaceiros, el MR-8 de Outubro, la Açao-LN,  el MR-Túpac Amaru, los Ñancahuazú, El Frente Farabundo Martí,  el URNG, la UD, la LC-23 de Septiembre, el FSLN, el FMLN, el EPR, el ERPI, el BAPP, el FAP, el ERP, las FAR, los Montoneros, el MNT, los Uturuncos, las FAL-Zárate Willka, la CNPZ, el EG-Túpac Katari, el POR, el FPMR, el MIR, el AV-Carajo, el PBR, el MR 26 de Julio, el MPL-Cinchonero, las FALN, el EPB-Macheteros, el TDREP, las FARP, y aunque desacreditado por algunos, el Sendero Luminoso, y aunque sospechosamente valorados, el EZLN, para mencionar algunos casos notables.
En otras regiones lingüísticas del continente también aparecen movimientos proteccionistas como el ML-Guayana Francesa, el ELN-Surinam, la ACR-Guadalupe, el FL-Quebec, y, por qué no, el BLA en el mismísimo Imperio. Cruzando el Atlántico, algunos incluso han surgido desde el centro mismo de la hipócrita Europa, como lo son el Euskadi Ta Askatasuna, los CAA, el IRA, el INLA, el RIRA, y el ELAS. En el Oriente Medio resaltan por su permanencia y constancia la Resistencia Iraquí, el FPL-Omán, las Brigadas de los Mártires de Al-Aqsa, Hesbola, la OLP,  el ELP, el FPLP, el Hamás, ESAL-Armenia, PT-Kurdistán, y más para el Oriente los Tigres del Tamil y el ER-Japón, entre otros. Afríca, por su parte, ofrece también un amplio abanico de grupos y movimientos comprometidos, como la FDL-Ruanda y su filial AFDL-RD Congo, el MPLA, el FNLA, la UNITA, la FLEC, el FROLINAT, el FLE, los Mau Mau, el FRELIMO, el RENAMO, y etcétera etcétera.
Volviendo a Latinoamérica, resalta la cantidad y calidad de sus organizaciones medioambientales, y brillan en particular los casos colombianos: prolijos, diversos, constantes; únicos en el subcontinente todavía comprometidos con esta forma de lucha. Entre los más notados de las últimas décadas se cuentan, sin duda y entre otros, el Manuel Quintín Lame, el EPR, el CRS, el ERG, el EPL, el M-19, el ELN, el MJBC, y, para enfocarnos finalmente en la actualidad de nuestro propósito del día, las FARC.
Pero, si bien el conflicto colombiano es circular y repetitivo, son muchos los puntos en una circunferencia. Así, los textos de Molano dan cuenta ante todo de coyunturas específicas en donde, por ejemplo, en tiempos de control territorial de las FARC en Marquetalia, y su movilidad estratégica en los departamentos del Huila, Tolima, Cauca, Valle del Cauca, Boyacá, Cundinamarca, Caquetá y Meta, la voz de un militante recuerda: “Se acabó la leña para cocinar y Marulanda prohibió que se siguieran tumbando palos en el páramo”. Páramo, páramos, ciertamente hoy amenazados por la seguridad y la confianza inversionista extractiva. Así en épocas más inseguras, y a escasas horas de camino desde Bogotá, en el Páramo de Sumapaz, “los bosques de esa zona son una joya que, paradójicamente, se conservan porque  la situación de orden público impide la valorización de la tierra y dificulta por tanto su conversión en barbechos para papa o en potreros para ganadería”.
Hoy, que no sabemos cómo están esos bosques, sí sabemos en cambio que a mayor aspersión  de glifosato en los cultivos de coca no sólo nuevos cultivos se extienden hacia terrenos de la Amazonía, sino que con ellos también se extiende la colonización, el comercio, la ganadería, la seguridad, y en suma, la confianza extractiva. En un contexto tal, un abuelo indígena en inmediaciones del Río en la comunidad de Parumena, comenta: “Lo bueno de los muchachos es que acabaron con la matazón de animales, porque prohibieron usar armas de fuego y hoy han vuelto el mariposo, la pantera, el león, la pava”. ¡Cómo! ¿Mariposo, pantera, león, pava? ¡Y eso con qué se come! Diría ansioso el carnívoro del Deivid.
Las FARC sin embargo, es de admitir, todavía deben afinar más su actividad proteccionista. Como reconoce autocríticamente el finado Jacobo Arenas “Es que en la guerrilla nos falta mucha educación. Mi lucha por hacerles comprender a los guerrilleros la importancia de la naturaleza es constante y a veces hasta inútil. Le disparan a todo.” Prueba de ello, y para terminar ––ya que todos estamos ocupados––, vale recordar la anécdota que aconteció al Mono Mejías, que si bien no brilla por su proteccionismo, lo hace al menos por las fuerzas naturales que evoca y consume: “El cruce entre La Uribe y  Guayabero fue para él inolvidable porque en un mismo día los atacó una manada de guacamayas azules y amarillas y mataron una danta y un venado. Al teniente BBC, que iba mandando el cruce, le dio por hacer un tiro a la bandada que estaba sobre una pared alta que hacía cañón con el Rio Papaneme. Las guacamayas, miles, pero miles, se arrebataron y gritando furiosas alzaron el vuelo, dieron una vuelta en redondo y cayeron sobre el teniente BBC. La comisión se botó al río, defendiéndose los ojos con el brazo, porque era a eso a lo que los bichos tiraban. Se salvaron, pero salieron más rasguñados que tigre en espinero. La cosa pasó y al medio día mataron una danta hembra que pesaba más de cinco arrobas, y ya entrando la tarde un venado con cacho de siete ramas”.
Ante las circunstancias globales, las políticas gubernamentales y las respuestas subversivas, ya quisiéramos, mejor, tener que temer al tigre mariposo y buscar salvarnos de los ataques de miles de guacamayas rojas, amarillas, azules.

May 31, 2011

Elogio a la (de)cadência

Cruzado el umbral de los treinta y sin haber hecho nada meritorio ––como suicidarse o morir estrepitosamente en los veintes––, más allá de las reflexiones sesudas, autoinculpaciones, y seguras frustraciones, surgen en la mente los recuerdos de aquellas sí meritorias glorias fugaces. Los casos sin embargo aparecen, desde esta atrevida ignorancia, demasiado sesgados hacia el panorama cultural gringo, o en su defecto anglófono: que Joplin, que Hendrix, que Vicious, que Marley, que Morrison, que Cobain, y digamos, y eso por su novela ¡Que viva la música!, que Caicedo. 
          Pero no se trata acá mis siete mil millones queridos potenciales amigos de repetir un obituario más sobre tan mentadas figuras, ni de entonarles elegías ilustres en versos endecasílabos. Se quiere, prosaicamente, brindarle tributo al músico rebelde, al aburguesado anhelante de decadencia y bohemia, quien fuera una de las figuras principales en el surgimiento de la samba: Noel Rosa. Así pues, cuál rockanrolles, punkes, rapers u otras dizque manifestaciones musicales autodestructivas: para decadente, y pese al subgénero de la "samba exaltação", que pase nuestra cadente "samba decadência".
          Noel Rosa, con ese nombre que parece artístico, tan poco punk como tan poco samba, no tuvo una vida ni medianamente flórida. Nacido enfermizo y medio deforme a comienzos de siglo XX en Rio de Janeiro, y habitante de la Vila ––y no del Morro, asumiendo que este juego binario ya ofrece suficiente información, de este su servidor––, despertó desde joven una inclinación especial por la música, la escritura de canciones y, como todo gran talento prematuro, bla, bla, bla. De otro lado, se aficionó a las putas desde los trece años y seguidamente le sumaría el alcohol, el cigarro, la noche y vaya uno a saber qué más y su biografía ligera no revela. De allí en adelante en su vida no paró con ninguna de sus aficiones, en las que sin duda se incluye la música. Intentó conciliar relaciones amorosas burguesas pero a lo más que llegó fue a casarse, tener sólo una querida obrera ––muy punk, dirían algunos–– y sólo una amante cabaretera, todas al mismo tiempo. El gran amor de su vida, sin embargo, parece haber sido la muchacha de risa loca. En conclusión, se la pasó de parranda y de excesos carnales y generales y murió a los 26 años, luego de una prolífica carrera, consumido por una tuberculosis que sin duda la bohemia no alivianó (como no aliviana en nuestros días, hemos constatado, ni a los enfermos de sida, los depresivos patológicos ni mucho menos a los académicos reprimidos). Murió pues dejándole a la memoria de youtube un buen número de sambas, graciosas algunas, críticas y ácidas muchas otras, pero en su gran mayoría nostálgicas.
          Entonces, para evocar mejor las frustraciones y amarguras que se han ido acumulando hasta estos treintas, que sea su gago enamorado, en su "Gago apaixonado", quien nos martille el seso con el recuerdo de todas esas palabras que finalmente, como en nuestro caso, nunca salieron. 

                  

May 14, 2011

Tropos, rimas y métricas de cadáveres

En un fragmento de Alocución a la poesía, escrito por Andrés Bello en 1823 desde Londres ––con esa ya establecida fijación por la patria que da la distancia, y que no siempre incurre en idealizaciones–– se lee:


¡Colombia! ¿qué montaña, qué ribera,
qué playa inhospital, donde antes sólo
por el furor se vio de la pantera
o del caimán el suelo en sangre tinto;
cuál selva tan oscura, en tu recinto,
cuál queda ya tan solitaria cima,
que horror no ponga y grima,
de humanas osamentas hoy sembrada,
feo padrón del sanguinario instinto
que también contra el hombre al hombre anima?
 
No es, amigos lectores, que el conflicto colombiano sea tan difícil de entender como lo implican las formas del poema. La intención, sin embargo, no es ahondar el argumento repetido de las suertes infaustas de la muy sufrida patria. Queremos, simplemente, usar el fragmento como reflexión metapoética y breve ejemplo de análisis textual.
          La dificultad del poema radica en que este despliega con cierto exhibicionismo decimonónico aquello que tanto confunde hoy nuestra distracción televisiva: el hipérbaton. El hipérbaton, como recordamos, es aquella figura o tropo literario que altera la sintaxis de las oraciones para dar expectativa y suspenso, de un lado, como para concordar con la métrica y rima planeadas: en este caso, versos endecasílabos con rima consonante.
          Así hoy, que el verso libre nos oprime, que tal si el poema dijera:


¡Colombia! ¿qué montaña queda,
qué ribera o qué playa inhóspita;
cuál selva tan oscura, o cuál cima,
que no ponga horror y grima?
Pues donde antes sólo se vio
el suelo tinto de sangre
por el furor de la pantera o del caimán,
hoy está sembrado de osamentas humanas,
pues el feo instinto sanguinario
también anima al hombre contra el hombre.
Es de admitir, sin embargo, que aunque nuestra reescritura del poema algo aporta a su claridad, esta resulta anacrónica e insuficiente: ya panteras ni caimanes hay.

May 13, 2011

Clasificaciones no aLinneadas

En lucha a muerte contra un "paper" ––aquel poco acreditado género literario que tantas dudas vocacionales nos genera, y tantas arrugas nos saca––, y tratando de criticar y deconstruir con toda suerte de argumentos un libro que adoré, cayó a mis manos un texto de Maria Louis Pratt intitulado Imperial Eyes. Este, una crítica poscolonial a todos aquellos viajeros científicos que solemos enaltecer en nuestros países por habernos dado el honor de ser picados por nuestros mosquitos anófeles, contenía una serie de clasificaciones humanas de acuerdo con ciertos parámetros científicos de Linneo, autor del Systemae Naturae, precursor de la historia natural, por allá en el siglo XVIII.
          Yo, conflictuado e inseguro como siempre, no pude más que sorprenderme tratando de encajar en uno, distanciarme del otro, y sentirme miembro por fin de alguna comunidad humana. Sobra la mención, me distraje aún más de mi "paper", y en mis pretensiones fracasé.
          Nos dice la Ciencia natural en sus albores:



By 1758,homo sapiens had been divided into six varieties, whose main features are summarized below:

a. Wild Man. Four-footed, mute, hairy.
El poco vello facial y corporal, por primera vez en la historia de mi vida, me hicieron sentir orgulloso. De otro lado, que tire la primera piedra en un vitral de iglesia renacentista el que no guste de caminar a cuatro pies, o a cuatro manos, vestido sólo con calzoncillos de cuerina y tirado del cuello por una dominatriz, que entre insultos, golpes y escupitajos, le diga expresiones como "eres un salvaje, bombón, y te voy a domesticar".
b. American. Copper-colored, choleric, erect. Hair black, straight, thick; nostrils wide; face harsh; beard scanty; obstinate, content, free. Paints himself with fine red lines. Regulated by customs.Pero ni ser lampiño, continuó mi atribulada reflexión, ni mi infausta variante de pasaporte americano ––sí, sí, como el clamor iluso de Martí por una "nuestra América"––, me hicieron sentir americano. Ni las líneas rojas que pinto a través de mi cuerpo y rostro, y ni aún la posibilidad cercana de alisarme el pelo, me otorgaron dicha pertenencia. Tal comprobación me entristeció, y tal sentimiento me regresó a mis viejas cadenas: ser esclavo de mi indeterminación. Sigo a la espera, sin embargo, y como se acostumbra, de levantarme a alguna gringa.
c. European. Fair, sanguine, brawny; hair yellow, brown, flowing; eyes blue; gentle, acute, inventive. Covered with close vestments. Governed by laws.No cabe duda de que gobernados por leyes estamos, y que prueba de ello son los trajes cerrados que nos cubren. Esto sin embargo, en nuestro caso, obedece más a la necesidad de protegernos de ciertas leyes de la naturaleza en algunas latitudes. Pero, ley es ley. De otro lado, que tire la primera piedra el que no guste de caminar a cuatro pies, disfrazado de cura, con sotana hasta el cuello, mientras es lacerado en la espalda con ramas de hinojo por una dominatriz, que entre insultos, golpes y escupitajos, le diga expresiones como "eres un pecador, bombón, y te voy a convertir".
d. Asiatic. Sooty, melancholy, rigid. Hair black; eyes dark; severe, haughty, covetous. Covered with loose garments. Governed by opinions.Como diría João Gilberto, en versión castellana libre y libertina, "desde la saudade,/ la realidad es que/ sin ella no hay paz,/ no hay belleza es sólo/ tristeza y melancolía/ que no salen de mí,/ no salen de mí, no salen." Debo admitirlo Shun Lee: te quiero toda y sólo para mí. Aunque sobre esto prefiero no opinar.
e. African. Black, phlegmatic, relaxed. Hair black, frizzled; skin silky; nose flat, lips tumid; crafty, indolent, negligent. Anoints himself with grease. Governed by caprice.¿Caprichoso yo? Pero es que cómo diablos puede uno ser flemático, relajado y al tiempo ungirse con grasa. ¿No eran pues flemáticos los malditos ingleses y sus costumbres victorianas? De otro lado, ¿quién acaso no gusta de caminar a cuatro manos, con el cuerpo aceitado, ya desnudo, juanto a una dominatriz que le da nalgadas y que entre insultos y escupitajos le dice "eres un malcriado, bombón, pero yo te voy a corregir"?.