Pues porque sí

¡Porque hay males que ya llevan milenios!

¡Porque son mejores cien pájaros volando!

¡Porque incluso en literatura, nada está escrito!

July 31, 2011

Paulicéia desvairada

Cansado como estoy de las ciudades y sus repeticiones, pero en tanto fascinado y ligado a ellas por las mismas razones prácticas de un poco más de la mitad de ustedes, queridos siete mil millones potenciales lectores, a ellas vuelvo a dar. No me doy, eso sí, con ligereza consumista ni con entusiasmo ciego. Me doy, como siempre, a medias extremas, entre el sí y el no, entre el encierro monástico y el exceso de exceso. Una “genuína dissonância”, como expresaría con espíritu similar Mario de Andrade en su poemario vanguardista Paulicéia desvairada, escrito en 1922, y dedicado a la ya desde entonces desvariada ciudad de São Paulo. “Soy pasadista, confieso”, afirma allí mismo de Andrade y lo secundo yo y una caterva de humanistas históricos insatisfechos con su contemporaneidad, incapaces de lidiar prácticamente con ella.
          Pero dejemos que sea de Andrade quien se queje de su ciudad y su tiempo, que a cada uno su turno.

Monotonías de mis retinas… Horribles las ciudades/ vanidades y más vanidades/ ¡Nada de alas! ¡Nada de poesía! ¡Nada de alegría!/ ¡Oh, tumultos de ausencias! / Paulicéia, la gran boca de mil dientes/; y dentro de los chorros de su lengua trifurca/ de pus y de más pus de distinción.../ Giran hombres débiles, bajos, flacos.../ serpentinas de entes ansiosos por desenrollarse.

          Mario de Andrade no podría concebir que su presente pudiera estar más cerca de nuestro pasado anhelado. Ya desde sus tiempos surgía con fuerza ese carácter imaginado de la representación nacional brasilera, tan dado a ahogar con danzas, risas, devaneos sexuales y otros eufemismos sus amarguras constitutivas. Así, no sólo se bautizaron promesas como la “democracia racial”, o se institucionalizaron estereotipos tropicales, frutales, sino que en esa repartición de títulos y epítetos, a la mayor concentración de pobreza de la ciudad, a su favela más elocuente, se le bautizó Paraisópolis. Ratzinger no lo hubiera ideado mejor… Y en contraposición a “las suciedades intrínsecas del urbanismo”, tenemos el muy acomodado barrio de Higienópolis, indicando en su nombre, ya sí, una preocupación por un mundo, digamos, más corporal y terrenal.
          Pero como toda proyección de comunidad soñada, y mágica, a lo Disneylandia, São Paulo también cuenta con su lado onírico, su pesadilla, y esta es Crackolandia. Calles y calles de mendigos aglomerados fumando “pedra” o “pasta”, o “crack” como en la USA, o “bazuco” como en el querido terruño, y de manera similar en sus épocas doradas al barrio El cartucho, en Bogotá. “Futilidade civilização...” “Y rodando en un bando nefario, vestidas de electricidad y gasolina, las enfermedades circulan en redor “.
          Pero no sólo enfermedades circulan. Dicen fuentes orgullosas que esta masa urbana de más de 20 millones de habitantes tiene la principal flota de helicópteros y aviones particulares del mundo, es la principal consumidora de Ferraris y otros autos de lujo, y cuenta con una población de 80000 habitantes miembros de una élite cosmopolita con propiedades en diversas latitudes del Primer Mundo… “Futilidade civilização...”, repetirá continuamente de Andrade, y seguimos el ritmo cuando, animado, nos convida a unirnos a la fiesta: “¡Vamos a bailar el fox trot de la desesperanza!/ ¡a reir, a reirnos de nuestros desiguales!”
          
¡Yo insulto al burgués!/ ¡Al burgués-burgués!/  La digestión bien hecha de São Paulo/ ¡El hombre curva! ¡El hombre nalga!/ El hombre que siendo francés, brasilero, italiano,/ ¡es siempre un cauteloso poco-a-poco!

          Las cosas no parecen haber cambiado mucho, ni aquí ni allá, y el espíritu progresista del siglo, y ahora de la corrección política, parece apuntar hacia un conservadurismo perfumado de irreverencia.  Pero no todo está perdido. En la antigua casa de Mario de Andrade, en pleno centro peligroso de la ciudad, hoy se encuentra un restaurante vegetariano. Así, aunque dirigido a otro modelo de clientela burguesa ––unos 15 dólares por el almuerzo corriente––, ya de Andrade habrá ganado, al menos simbólicamente, esa batalla del odio al burgués, “¡al burgués-funesto!/ ¡Al indigesto frijol con tocino, dueño de las tradiciones!”
          Como ya otros lo habían notado, los hábitos alimenticios y los hábitos económicos son una mutua metáfora de sí y de la sociedad. “¡Muerte a la gordura! / ¡Muerte a las adiposidades cerebrales!” Nos dirá en ánimo combativo, ¿y qué mejor para esta nueva cruzada, que comenzar con unos repollines al vapor en su restaurante?

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