Pues porque sí

¡Porque hay males que ya llevan milenios!

¡Porque son mejores cien pájaros volando!

¡Porque incluso en literatura, nada está escrito!

August 30, 2011

Otro Paral-lel


La vida nos pone en situaciones con libros que podríamos asumir ––así sea para creer que somos la imagen especular de otra ficción, o una obra de arte en construcción–– como paralelas. Así, digamos entonces que con el ánimo hecho mierda, solo, sin nada qué hacer, ni rumbos, en diálogo vehemente consigo mismo, andando y desandando las Ramblas, el Barrio Viejo, el Gótico, el Paral-lel, los atractivos turísticos, Barceloneta y las playas, felizmente infeliz, regodeándose en los sentimientos adversos, un no tan joven aprendiz de escritor se encontró nuevamente con La Rambla paralela, escrita por Fernando Vallejo en el 2002. Esta, como sugiere su título, está dedicada no a la inaguantable y famosa Rambla, sino al Paral-lel, por entonces con su nomenclatura todavía en español (“––¡Que más da! El nombre no cambia la esencia de las cosas. ––Claro que las cambia! El nombre es todo. Sin él no hay cosas”). 
          Y por el Paralelo andaba el viejo hijueputa de la novela, cagándose en todo y reconstruyendo su primera visita a la ciudad 40 años atrás y su experiencia con un joven puto y que el Paral-lel ahora le ocultaba. Y el no tan joven aprendiz, en su primera visita a la ciudad, hospedándose precisamente en el Paral-lel, y aunque con menos edad y menos memorias que contradecirle a sus vivencias, con un malestar acumulado de años y algunas nauseas recientes, también se la pasaba hijueputeando y maldiciendo allí, medio conversando con drogadictos e inmigrantes más allá, altanero e irascible, aunque sin fuerzas siquiera para hablar.

––¿Y sobre qué querías hablar pues?–– Increpaba el no tan joven aprendiz de escritor al viejo amargado y desencantado que lo seguía. ––Pues nada, que el mundo está hecho una mierda, que me engañaron y la famosa Rambla no bordea agua desde mucho tiempo atrás en que la canalizaron y la techaron con pavimento, así como hicieron con su Avenida la Playa de la adolescencia o con El Valle de Anhangabaú de junio pasado, en este mundo enloquecido de concreto. Y que sumado a eso, tal “deambular interminable de la Rambla”, de turistas insoportables como todos, la hacía insufrible.
La ciudad sin embargo no se reducía a esa avenida y el no tan joven aprendiz lograba dar vueltas en bicicleta y sentirse a solaz bajo esa resolana cruel de agosto. Pero el viejo que lo seguía era de otra mentalidad, y al pasar por todos esos museos inútiles que abundan se le despertaban las fobias: que el del engreído y mal artista Dalí, que el del soso Miró, que el del informalista Tàpies, y por supuesto, que todas esas casas estrafalarias para millonarios extravagantes del lameculos de Gaudí, y eso sin mencionar su “adefesio de catedral inconclusa que parecía un pastel comido por los gusanos, con unas torres como florecidas de papilomas genitales y chancros”. Atracciones que, a todas estas, hacían de la ciudad un deambular incansable de gente, de aquí para allá y acullá: “el ir y venir de esa ciudad ociosa que llevaba años y años sin dormir”.
Como la ciudad, y como el viejo hijueputa de la novela, el no tan joven aprendiz también ya llevaba días y días sin dormir. Y el viejo amargado que lo seguía era quien pasaba las facturas a su cuerpo, y a su ánimo. Así que noche trás noche, desahuciado frente a "la vasta noche del insomnio", salía a la calle a seguir dándole vueltas a sus maldiciones, a sus rabias acumuladas desde la niñez, comprando cervezas de un euro a los "pakis" o indios, para seguir andando y evitar que lo agarraran las putas pues después era un lío desprendérselas.

––¿Y por qué se las quería desprender, no era pues tan profano, tan transgresor, tan libertario? (––¿Quién? ¿el joven güevón o el viejo maloliente?).
La cosa es que ni su traumado machismo, ni el orgullo, ni la culpa cristiana, ni la avaricia le permitían tales goces contractuales. Así que en esas, como le aconsejó su amigo Bethu, entendió que lo mejor para desprenderlas era responder: ––Claro mi amor, pero gratis. ––¡Estás muy linda pero no tengo ni cinco! Y así etcétera hasta que ya ninguna otra se le acercaba ni le agarraba la mano ni le enterraba las uñas ni quería pellizcarle las tetillas. Pues el no tan joven aprendiz viejo amargado además de culposo era lo que llamábamos en el barrio un achapado, un amarrado, un codo, un chichipato, un miserable muertodehambre que como sus ancestros españoles, quería siempre lo mejor, pero sin pagar.
Y ahí le volvían al viejo amargado y resentido las tontadas contra los españoles, que eran unos perezosos, que qué era eso de cuatro horas de siesta al medio día, y los bares de tapas llenos todas las noches, y que sus "Indignados" alternativos temiendo por el recorte a sus privilegios primermundistas, y que españoles racistas, y que clasistas, y que machistas y que provincianos, y así se iba el no tan joven aprendiz mascullando sus imprecaciones, feliz de estar en Barcelona en donde los españoles eran sólo uno más de los grupos migrantes. "¡Qué hermosa sería España sin gente! ––se dijo––. Un terregal con piedras. Y aquí y allá, en un rastrojo, un poco de respiración, de movimiento, ¿y que sería qué? Una cabra de cuatro patas, obtusa."
No había duda que les faltaba lucidez y mesura a los comentarios de estos viejos hijueputas y amargados. 

Pero sin escarmentar pasaba el viejo hijueputa de la novela a repetir que "su sueño era quemar el Vaticano y la Kaaba bajo las barbas mismas de Dios o Alá”, y le recordaba al viejo aprendiz que él a su vez querría seguir con todos esos castillos y monumentos imperiales españoles e incluso no coloniales, que el Monasterio del Escorial, que la Catedral de Toledo, que toda la ciudad de Salamanca con su biblioteca de incunables y rarezas del siglo XI, el Alcazar de Segovia con Acueducto romano incluido y sin que se escape, por supuesto, el Palacio Real de Madrid, echando fuego bajo las greñas mismas de todos los “Indignados” de la Plaza del Sol. Aunque, eso sí, el joven amargado, a este "país de blasfemos”, a “España, terregal cerril de cabras locas”, sólo le rescataba eso: que se cagara en la madre, la puta, la hostia, ¡y en Dios!
Pero si el viejo era un resentido, los juicios del no tan joven tampoco eran de fiar. Su personalidad antojadiza y caprichosa ya era popular entre sus conocidos, y su ánimo gratuito de llevar la contraria no era una sorpresa para sus lectores: en un mismo día, dependiendo de su interlocutor, defendía y cuestionaba los sindicatos, apoyaba y satanizaba la democracia, criticaba a la hipócrita Europa y luego se entregaba en alabanzas sin límite. Ahora, sin embargo, que estaba en otro juego de su vida, tanteaba esta nueva ciudad para el futuro, cotejando los pros y los contras con pretendida honestidad: "––Por fortuna en Barcelona no había niños. Ni perros abandonados, ni putas embarazadas. Putas sí, muchas, pero no embarazadas. Una ciudad civilizada, en fin, donde él podía vivir”. Sí, parecía ser una tierra de todos, de nacionalismo obtuso, de inquisidores, de inmigrantes, turistas, putas y locos donde comenzar de nuevo, así ya todo estuviera perdido.

Secundado entonces por el insomnio salió una noche más a caminar. “Con los ojos llorosos por la sal del aire el viejo siguió su camino extraviado en las calles de esa ciudad extranjera, Barcelona de los locos, Barcelona de los herejes, Barcelona de los parias”. De Antioquia la Grande a “Cataluña la grande”, pensó el viejo recalcitrante, sólo debía haber un salto cuantitativo, aunque de la primera ya había huido años atrás, incapaz de lidiar con esa raza maldita paisa. Tampoco importaba, volvió a pensar el joven amargado, pues era sólo otro lugar de paso. Finalmente, como decía el viejo con solemnidad poética, “todo pasa, todo muere, y esta línea va fluyendo y yo con ella hacia la nada”, o, en este orden enrevesado de un blog, esta línea va fluyendo pero hacia el anterior post.

August 04, 2011

Me río de janeiro


Con todo y el respeto que me inculcaron mis mayores por mis mayores, no puedo más que reelaborar cierto legado cultural carioca. Sin duda las crónicas y novelas de Machado de Assis y sus retratos de la pequeña aristocracia y burguesía local están llenas de encantos y méritos ––“genio”, no en vano, le llaman los más orgullosos. Las crónicas y novelas de Lima Barreto y sus merodeos por los bajos fondos, lupanares, cantinas y casas de juego nos presentan por oposición ese otro aspecto urbano que resulta, a nuestro entender convencional, mucho más colorido y edificante. La poesía de Drummond de Andrade, y su épica Elegía de 1939 ––“porque no podemos, solos, dinamitar la isla de Manhattan”––, marcará el ritmo de nuestros ensueños libertarios. Los ladrillos de Clarice Lispector, aunque también hija putativa de la ciudad, nos han sacado radicalmente de ella con sus crisis cognitivas y metafísicas. Y ya que de crisis  hablamos, hasta el mismo Paulo Coelho nos ha enseñado a cómo conseguir amigos, y en más de treinta idiomas.
          Desde otro ángulo, el surgimiento de la samba ––y la grandiosidad decadente de un Noel Rosa o un Pixinguinha––, y su celebración del malandro, aparece de gran sugestión cuando comparamos procesos similares con la salsa, además de alegrarnos veladas en youtube. El aire prohibido del maxixe, la melancolía del choro, el amaneramiento de la bossa nova,  y otros que han de escapárseme, no hay objeción, nos obligan a toda suerte de reverencias, y respeto, y etcétera etcétera.
          Sin embargo, debemos admitirlo, la parada cultural carioca ––¿brasilera? ¿y dónde los adalides del techno brega?–– va por otro rumbo. Ya desde los repentistas nordestinos y sertanejos la gran fuerza de la improvisación se veía venir. Lo que no imaginamos fue que, junto a ello, también llegarían corrientes tecnológicas y submundanas del Imperio. En el origen, finalmente, siempre Áfríca. Así, como celebración de su máxima representación artística, esto es, la confluencia de su corriente musical y su gran componente lírico, con ustedes, damas y caballeros, ladies and genttlemans, senhores e senhoras, directamente desde las Escaderias da Lapa, y con acompañamiento exclusivo de musiquita de celular pregrabada: Anderson Bruno, ––o meu parceiro, sem dar bandeira, e antes da farra no morro de Arará––, en pleno despliegue de talento, de virtuosismo drogado, perezoso, dejado, vivo, casi puro, casi intacto en su fuerza primigenia, casi ausente de vanidad, con ustedes, leidis and genttlemans, esta rima improvisada, este ritmo chapadão: