Pues porque sí

¡Porque hay males que ya llevan milenios!

¡Porque son mejores cien pájaros volando!

¡Porque incluso en literatura, nada está escrito!

December 27, 2011

Cosmopolitan


 Ser un turista multicultural —¿un qué?— y heterodoxo en su alteridad —¿guat?— asume el riesgo no sólo de tener que pasar veladas bebiendo cervezas alclimas acompañadas de músicas y conversaciones repetitivas, sino ante todo de tener que entrar en una politización —y por ende estetización— que valora más Barranquilla que Barcelona, más Neiva que Nueva York, o incluso más Filandia, Quindío por supuesto. De otro lado, la vanidad tiene formas complejas de representarse y hay quienes la sacian visitando Buenaventuras, Manauses o Tijuanas. Y así me acerqué a Tijuana, no sólo coreando envanecido el sonsonete que la ha hecho aun más famosa, sino también presto a contemplar la belleza que subyace a la injusticia social, la corrupción y la violencia. En otras palabras, como buen aprendiz de artista, la idea era admirar la belleza incluso en lo más abyecto de lo humano, o en este caso, de lo urbano. 
            Atrás, necesariamente, dejaba la aparente apacibilidad del Imperio, su impunidad invisible y su omnipresencia estatal y me lanzaba temeroso y fatuo al puesto migratorio más concurrido del mundo. Pasar del Norte, sin embargo, fue tan fácil que en cuestión de minutos me encontraba ya en la casa de mi nueva amiga virtual y, al poco rato, ya leyendo con avidez su colección de Cosmopolitan. Es de reconocer que Los 10 secretos que él nunca te dirá, o Las 8 claves para conseguir orgasmos de película, parecen guardar en sus símbolos, si no el enigma de un Dios innombrado, un algo de sana entretención. 
            Dos artículos después ya los temores que la ciudad podía despertar se habían diluido, y ahora, más que ser un explorador exterior —¿multicultural y heterodoxo?—, pasaba ansioso a aventurarme sobre cada nuevo ejemplar de la revista. Tanto así que, tras días y días de encierro, decidí que ya era hora de salir a darme una vuelta. Una al menos. Pero Tijuana no cumplió con las expectativas de su mala fama. Terrosa por la aridez de este rincón del mundo, y a ratos gris por los nubarrones que trae del Pacífico, no puede decirse que sea bonita, o incluso agradable, pero tampoco que sea insufrible o caótica. 
            Es más una mezcolanza entre la deshumanización de la urbe gringa y el descuido y limitaciones de la urbe latinoamericana. Es una ciudad para carros antes que peatones, y como en todo modelo urbano de clase media mediocre, abundan los centros comerciales. La Avenida Revolución, única calle en que se ven peatones, es la zona de la fiesta, las drogas y las putas, pero nada que sobrepase en sordidez o calidad a cualquiera otra similar. De la antigua furia del Río Tijuana y que décadas atrás inundó la ciudad, sólo queda una obra magnánima de canalización, ridícula frente al riachuelo débil que ahora corre en medio. Aquí no hay gamines ni mendigos visibles, hay programas de ayuda para los mojados deportados y, como en todo buen hervidero de descomposición social, la ciudad es origen de diferentes manifestaciones artísticas.

            Años atrás vi un documental sobre la ciudad. Era un trabajo inexperto y de escasos recursos técnicos y narrativos. Nada tenía de especial excepto la imagen de muchos Barts Simpsons en escala humana —gigantes—, hechos en cerámica y a la venta. Mi viaje trajo a colación esas mismas imágenes en movimiento, ahora encuadradas por la ventana del carro de la amiga virtual que me sacaba de paseo. Una vez más, del centro comercial al cine multiplex, de la casa a la taquería, de la línea al centro, y de trancón en trancón, emití el juicio de la inexperiencia y falta de recursos técnicos y narrativos: aunque ni peatones ni Barts Simpsons gigantes vi.
            
            Cansado entonces de sacar a pasear mi tedio, regresé afanoso a casa a continuar aquel artículo sobre Las 20 preguntas sorpresa que siempre debes estar lista para responder. Ante la molestia e innecesariedad de definirme —y ya que insisto—, optaría pues por catalogarme como un viajero cosmopolitan.

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