Pues porque sí

¡Porque hay males que ya llevan milenios!

¡Porque son mejores cien pájaros volando!

¡Porque incluso en literatura, nada está escrito!

April 08, 2011

Atrapados neoyorquinos

Hace unas semanas me enteré que un compatriota andariego anduvo por estas tierras, por allá en la década de 1920, y escribió un librito pintoresco titulado Instantáneas neoyorquinas. Se llamaba Luis Sepúlveda —como el escritor y viajero profesional chileno—, era santandereano, y entiendo que en la desconocida Piedecuesta hay un busto suyo desfigurado ya tras décadas de acidez de caca de paloma. Como a Luis, y como a mí, y como a muchos, la ciudad nos sorprende y nos golpea, nos ilumina y encandila, nos nutre y nos asquea; y como prueba inefable de que muchas cosas no cambian, y de que no todo tiempo pasado fue mejor, Luis nos recuerda cómo Nueva York tal vez fue sólo menos peor.
En estos días nada menos el banco Chase Morgan me multó por un giro sin fondos que considero su error y que tras diferentes variantes concluyó en la escandalosa suma de US$45 —sí, cuarenta y cinco dólares que si bien no solucionan el hambre mundial sí podrían servirme para comprar, digamos, 5 ó 6 poemarios autopublicados que podrían, o no, nivelar mi escritorio. Pero si a especular nos inclinamos, que sea Luis, nuestro poeta instantáneo, quien nos hable de Wall Street: “Simbolicamente/ Washington está en la puerta de la tesorería/ como diciendo: ¡Hasta aquí llegó la Libertad!...  …Y en frente/ el banco Morgan representa lo que hoy día/ es la verdadera autoridad”.
           Abrumado y derrotado frente a la especulación financiera, busco refugio en la naturaleza y me voy a Central Park. (“Portento de horticultura,/ que reduce la inmensidad a la miniatura”). La asfixia provocada por el monstruo omnipresente del Estado y sus cabezas corporativas me hacen anhelar con fuerza una Naturaleza ideal, como último —o primigenio— refugio de la cultura, de estos edificios que representan ahora nuestra sutura. Pero en el Parque no hay silencio ni ruidos de bosque, y Luis el incisivo continúa punzándome al oído. “La colina, el lago y el valle/ se codean con la calle/ y tienen urbanidad./ El Parque Central/ es la mejor copia que la Naturaleza/ puede hacer de lo artificial.”
           No es el momento entonces, me digo, de retiro a lo natural, y mejor me vendría una cerveza, en un barrio multicultural. Tomo un metro en dirección al sur, soñando con cierta bohemia y contracultura de artista, que idealmente, habrá de ser aquello que se oponga al negocio, la academia y la tendencia consumista. Pero “En el Greenwich Village, el Barrio Latino/ que inventó Nueva York,/ todo es falsificado, la bohemia y el vino,/ el arte y el amor”, y “En el sótano más miserable/ …la tarifa es tan respetable/ como el más fashionable cabaret”.        
Convencido de la artificialidad de todo lo que me rodea, y alimentado también por otro tipo de deseos, camino entonces ya procurando incandescencias en Times Square, cuya “Actualidad — es la frase cabalística”, y previsiblemente, una vez más, todo es “Urgencia, empujones, codazos,/ aglomeración de noche y de día;/ el orden se ha hecho pedazos,/ y ha fracasado la cortesía.” “Es allí donde la violencia/ de la propaganda ha hecho un derroche/ de prepotencia/ para electrocutar a la noche”.
Y la noche con sus trinos —y ya que bullas latinas ansiamos—, nos dirigen de nuevo a un bar del Greenwich, y como al poeta instantáneo pero imperecedero, nos acercamos un poco mohínos. En SpeakEasy, “Adentro, la victrola automática,/ distrae a una buscona simpática/ que soporta la pesadez/ de unos tipos en estado de beodez”. Hoy refugio de salseros colombianos y de otras latitudes panhispanoamericanas, Luis nos actualiza este sabor dulzón de la patria, la caña y sus gentes: “Cuando mayor es la algarabía/ allí donde todos deben hablar en secreto/ entra un policía/ que ni exige ni infunde respeto./ E inmediatamente/ para que se cumpla la Constitución,/ el agente/ se toma un aguardiente/ y cobra su comisión”.
Pero no todo ha sido malo, creemos. Al final del día, en este bar o en otro, y tras encuentro inesperado, sentimos que nos queremos. “Tenía esta chiquilla, romántica e inquieta/ toda la gracia frívola de un minuet de París;/ reía con descoco de valse de opereta/ y sin embargo amaba la heráldica de lis”. Aquella francesita blanquísima y rojiza, de risa dulce, aire puritano y acción desparpajada, jovencísima y rolliza “me dijo que quería que fuera su poeta,/ o ella “María Antonia” de quien yo fuera “Luis””, pero yo no soy poeta, ni me importa un carajo un histórico “Luis”. Entonces, “Aquella que quería romantizar mi furia,/ (la irrefrenada furia de toda mi lujuria)/ ya no habló de heroínas… ¡y optó por ser mujer!...”
Como con Luis, nuestro Luis, después de todo sólo queda la fatiga. Y de la fatiga llega el desconsuelo, que inevitablemente nos lleva a añorar los tiempos perdidos del abuelo. Y con el seso embotado, de tantos noises, flirtes y advertisements, regresamos pronto a casa derrotados, mientras Luis nos repite al costado: “La velocidad/ es la única interpretación/ que Nueva York da a la Libertad.“

April 04, 2011

Visión, Misión y Valores corporativos

Hace sólo unos momentos, tratando de configurar el presente, noté no sin tristeza que mi ojo izquierdo cada vez está peor. Cubrí mi derecho por algún tiempo y esto fue la confirmación de tan delicado deterioro. Mi misión, entonces, si decido aceptarla, será tal vez reformularme las gafas nuevamente —hace menos de un año que lo hice—, y probablemente reformularme la vida en conjunto, aunque de eso no puedo dar fe.
A mi avanzada edad comenzar un blog parece una acción tan intrépida como utópica, pero, e incluso sin pretender dar una justificación a mi deteriorado ojo izquierdo, digamos que me cansé de acumular citas en libros de autoayuda. Ayuda, sobra la mención, que no ha dado resultado. Entonces, mis 7 mil millones de potenciales lectores, que el desconcierto sea con todos nosotros.